Hacia el Encuentro Mundial de Familias…

En el año 1981, San Juan Pablo II escribía: 

  “Todos los miembros de la familia, cada uno según su propio don, tienen la gracia y la responsabilidad de construir, día a día, la comunión de las personas, haciendo de la familia una «escuela de humanidad más completa y más rica: es lo que sucede con el cuidado y el amor hacia los pequeños, los enfermos y los ancianos; con el servicio recíproco de todos los días, compartiendo los bienes, alegrías y sufrimientos”

El Santo nos invitaba a vivir la familia como escuela de humanidad donde la comunión se construye día a día y es el empeño principal, y reclama para que sea verdadera y concreta el cuidado de los pequeños y los pobres en lo cotidiano a través de gestos de amor y de donación:  escuchar, comunicar, comprender, perdonar, aceptar, corregir. Este empeño no es siempre fácil y a veces el egoísmo hace la vida familiar un poco difícil. 

Magdalena, nuestra Santa Fundadora, fue retenida durante varios años en el palacio para ayudar a los tíos abuelos ancianos y enfermos; el tío viudo, el primo Carlitos, las hermanas. Su director espiritual el padre Libera la invita a vivir entre los muros domésticos el amor del Padre, su Ternura, su Misericordia.

  “…mi Hija, ya sabe que estoy persuadido y creo que Dios la ha retenido en el mundo para el bien de su familia, y una caridad de esta naturaleza ( el empeño asumido por Magdalena de ser madre adoptiva de Carlitos) no perjudicará en absoluto su alma.” Carta 50

Esa experiencia prolongada ayudó a Magdalena a experimentar en primera persona su pobreza pero también a responder con fortaleza y confianza a la voluntad de Dios que la llamaba,  y a donarse con todos sin reservas.

Magdalena no sale de la familia para encontrar el rostro de Dios,  al contrario se mete de cabeza para descubrir los diferentes rasgos del Dios Amor  para acogerlos y hacerlos propios.