Testimonio de la Hermana María José

¡Hola! Soy María José, Hermana Canossiana de Argentina, y hoy me pongo en contacto contigo para contarte mi historia, mi decisión de seguir Cristo, de seguir su proyecto, de reconocer, como nos dice el Papa Francisco, “cuál es esa palabra, ese mensaje de Jesús, que Dios quiere decir al mundo con mi vida”, y con la tuya…

Mi vida transcurría en un pequeño pueblo del sur del país, una vida común, normal, como la de cualquier joven: la familia, la escuela, la parroquia, mis amigos, la visita al hospital; una joven como tú, con ilusiones, deseos, expectativas, vivencias, servicios, con un corazón inquieto, sensible a las necesidades del otro.

Desde niña comencé a relacionarme con Jesús como el Gran Amigo, como el compañero de camino, siempre constatando que, donde fuera, Él venía conmigo, sobre todo en las mudanzas, ya que con mi familia nos trasladábamos de un lugar a otro con bastante frecuencia. Fue así que en uno de esos cambios comencé a estudiar en el Colegio Canossiano de Luis Beltrán, y así comenzó este hermoso camino de descubrir que el Carisma de las “Hijas de la Caridad, siervas de los pobres” sería mi propia identidad.

Conocí a Santa Magdalena, su vida, sus anhelos, deseos, y rápidamente comenzamos una amistad: encontré en su vida consonancias con la mía y ella, a través de sus Hijas, me fue mostrando la humanidad de Jesús, su modo de estar entre la gente, entre los que sufren, entre los que están  alejados, y comprendí que todos estábamos llamados a compartir la vida. Recuerdo que en la inocencia de la niñez, durante mucho tiempo le decía al Señor en  la oración de la noche: “toma mi vida para que otro se salve”… yo lo decía pensando en la vida física…y con el tiempo comprendí que el Señor tomó mi ofrecimiento, pero como Él lo había pensado desde siempre…y Santa Magdalena fue su gran aliada. ¡Estoy feliz de haber sido llamada a vivir en el hoy el Carisma que ella nos donó con su SÍ!

Dios siempre te llama en tu propia realidad, en el momento en el cual tu corazón es capaz de percibir su voz. Recuerdo que estaba en el último año del secundario, tiempo de inquietudes, decisiones, opciones, y que al ponerme a pensar qué hacer de mi vida, qué estudiar, adónde ir, mi corazón no encontraba respuestas, aunque parecía que mi cabeza sí las tenía. Pero había algo que no comprendía; no terminaba de motivarme el deseo de estudiar una carera universitaria que siempre me había gustado: veterinaria. Sentía que Jesús me pedía algo más que un camino de preparación profesional.

Con el correr de los días me di cuenta de que necesitaba compartir con alguien lo que me estaba pasando y le pedí a una de las Hermanas de la comunidad si podía hablar con ella. Me esperó una mañana y traté de poner en palabras lo que me estaba pasando y que me inquietaba: que al tener que decidir, expresar a mis padres qué hacer, qué estudiar, estaba confundida; que hacía tiempo que sentía un deseo profundo de hacer una experiencia de misión, de ver a Jesús en los hermanos. Entonces, la hermana, después de escucharme con atención, me miró y me dijo: “¿María José, no pensaste en la posibilidad de que el Señor te esté llamando a vivir una vida consagrada a Él?” A lo que respondí muy segura: “No, yo no, como soy, con mis debilidades y locuras, no creo”. La hermana me dijo que iba a rezar, encomendando todo a la Virgen y que ella conduciría todo.

A partir de ese diálogo comencé a experimentar una oración más intensa. Cada vez que podía me iba a la parroquia a rezar frente al Santísimo. Solo podía decirle Señor “¿qué quieres de mí?”.

Los días pasaban y tenía que tomar una decisión. Decidí comenzar a estudiar Veterinaria en la universidad, aunque no tenía todavía claridad, a unos 2000 km. de mi casa. Pero el corazón providente de Dios siguió mis pasos: en la ciudad a la que fui había tres Comunidades Canossianas. Un día me encontré con las hermanas de casualidad y comencé a tener un nuevo contacto. El Señor cada vez inquietaba más mi corazón, y luego del entusiasmo, de los primeros meses por la novedad de lo que vivía, experimenté un gran sinsentido: en mi interior resonaba un constante “para qué”,  y sentía un gran deseo de implicar mi vida en Su proyecto. Entonces me decidí a buscar, a vivir la propuesta que Jesús hizo a sus discípulos: “Vengan y lo verán”. Y fui, vi y me quedé con Él.

Quiero decirte que si estás en esos momentos en los que tenés que tomar decisiones vitales, no tengas miedo. Anímate a discernir tu propio camino, ese que saque a la luz lo mejor de ti y ese que revele la palabra que Dios quiere decir al mundo con tu vida, y di simplemente ¡Sí!