Vimos salir su estrella y venimos a adorarlo

“Vimos salir su estrella  y venimos a adorarlo”  Mt. 2,2

La fiesta de hoy nos invita a…

  • aprender a mirar como los Magos,
  • a caminar buscando a Dios,
  • y al encontrarlo, adorarlo y regalarle todo lo que somos.

Hoy acostumbramos a  abrir regalos.  Los que recibió Jesús anunciaban su identidad y su destino: el oro por su realeza; el incienso por su divinidad; la mirra para su sepultura cuando entrega su vida para la salvación del mundo. Cristo nos dejó un regalo en la eucaristía, su Cuerpo es presencia adorable y permanente. El Espíritu Santo prolonga la Encarnación que toma Cuerpo en la misa.

El regalo pretende la alegría y la sorpresa. Alegrémonos como los Magos que “al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría”. Hemos recibido muchos regalos, es más, podemos hacer de los encuentros, “regalos gratuitos”.

El amor de Dios nos ha encontrado y nosotros a El.

Tenemos motivos para el gozo:

  • crecer en la Navidad cotidiana, prolongar y celebrar la Encarnación del Hijo de Dios cada día. La que hace del amor un credo que se celebra con todo el cuerpo en la liturgia, y se confiesa con hechos de vida.
  • Somos mujeres y hombres de deseos, algunos cumplidos, otros por llegar.
  • Tenemos sed de vida abundante para todos, sed de Dios y sed de comunión verdadera.
  • Tenemos ideales, aprendemos a luchar, resistir y superar
  • También sabemos confiar y adorar…
  • Cada día y cada noche de este nuevo año pueden depararnos momentos de asombro con los que ensanchar el corazón.

Cuidemos la capacidad para el asombro:

  • Pidamos una mirada capaz de descubrir en la oscuridad de la historia y las historias personales, la luz y la gloria del Señor rompiendo con su resplandor tinieblas y pecados
  • Pidamos convertirnos en luz, levantar a otros con lo que podamos. Dejar que aquellos a quienes levantamos alumbren también nuestro camino. Ese camino que Dios hace con nosotros.
  • Salgamos a las calles a buscar, como los Magos, dónde está hoy, el Rey de los judíos. No llevamos oro ni plata, sino manos abiertas y el fuego del Espíritu de Cristo en los corazones. Él hace el resto.