En tiempos de pandemia, intentamos momentos

Compartimos el sentir y la reflexión de una docente canossiana sobre este tiempo particular que nos toca vivir, la licenciada en Psicologia, Mariana Santucci.

Hoy lloré. Y no es necesario que te cuente el por qué. Seguramente estás en el mismo instante que yo, pero en otro lugar físico. Hoy no puedo con nada, siento un gran hueco en el alma. Se agranda, se expande y duele bastante.
Hoy pienso en todo lo que quiero hacer, todas las cosas se volvieron necesidad. Como abrazar, como sentir, como tocar.
Hoy tengo frio, mi cuerpo extraña, cierro los ojos, miro hacia adentro y hay mucho miedo. ¿Te diste cuenta cuánto nos puede desorientar la incertidumbre? (…)
” Escribió una joven diseñadora gráfica en su Instagram en el cual ilustra experiencias de su vida cotidiana.

Luego de leerla, yo me pregunto ¿cuántos hoy nos sentiremos así?, ¿cuántos hoy nos sentimos desorientados, con miedo, lejos de las personas que queremos? Lejos y cerca a la vez, en la contradicción de la virtualidad: los cuerpos lejos de nuestros seres queridos pero cerca en sus mensajes, en sus llamadas, en sus textos. ¿Quién iba a decirnos que estaríamos noventa días (y tal vez más) dentro de nuestras casas, con nuestras familias o solos? Hoy la vida se vio interrumpida de un momento a otro y  una llamada, un mensaje, una conexión a través de Zoom, un te quiero virtual nos  hacen sonreír,  nos hacen sentir protegidos ante tanto desamparo que atravesamos.

La pandemia ha trastocado todo. Nos hablan de “confinamiento obligado, ya sea para que el otro no te contagie a ti o para que tú no lo contagies a él de un virus que, por otra parte no sabes si ya habita en tu cuerpo desde hace días”[1] El distanciamiento o el aislamiento que para algunos podía ser una elección, hoy ha pasado a ser una obligación para todos. El mínimo roce de los cuerpos, remite a la muerte y el hogar familiar o la casa de la que cotidianamente salíamos es hoy “el mejor” lugar de protección.

Margarita Álvarez, psicoanalista española  equipara este virus al ejemplo de ir en un coche a toda velocidad y que se pare en seco: el cuerpo experimenta una sacudida y luego nos quedamos atónitos, quietos, parados no solo en el cuerpo sino también en el pensamiento. Ante esta situación, se me ocurre que una reacción lógica sería respirar hondo e intentar volver a poner el auto en movimiento para restaurar nuestra “normalidad”, para intentar recuperar algo de lo perdido, para volver a nuestro lugar o a un estado parecido. Pero yo me pregunto ¿todo vuelve a ser como antes o los cuerpos y pensamientos ante este cimbronazo quedan paralizados? Queremos elaborar demasiado rápido ese impacto que tuvo nuestro auto al frenar, pero vamos a necesitar un tiempo para hacerlo, para comprender, para subjetivar qué fue lo que nos pasó, lo que sentimos.

En el día noventa de nuestra “cuarentena” seguimos ante la desorientación. Aunque ya no es igual, poco a poco hemos podido empezar a ver esto que nos ha impactado, que nos ha dejado atónitos, que nos ha sobrevenido de golpe, sin tiempo para prepararnos.  Si bien el COVID nos afecta con los mismos síntomas a todos, la subjetividad, la construcción de esa subjetividad es de cada uno, es propia. Por eso creo que cada uno de nosotros necesita ahora su propio tiempo: para comprender lo que ha pasado, lo que pasa en general y lo que le pasa a cada uno en  particular.

Es un momento de “consentir la situación”, de variar el ritmo, de darse el tiempo que cada uno necesita. Hay que reorganizar aquello que se movió o en su contradicción, que se paralizó. Hoy estamos desbrujulados, perdimos la brújula, queremos llorar, queremos gritar, queremos abrazar y reír; tenemos recuerdos y millones de pensamientos, de sensaciones encontradas. Hay un mundo interior que en estos días está como el agua que hierve, en ebullición: aflorando, entrometiéndose en nuestra iconciencia, en nuestro cuerpo, en nuestras emociones. El zorro le dijo al Principito “lo esencial es invisible a los ojos”, y en esta incertidumbre que nos encontramos ahora a causa de la cuarentena, nos damos cuenta que es verdad, que hay realidades que van más allá de lo que ven nuestros ojos.

Es por eso que en estos momentos de perplejidad resulta conveniente no empujarnos a llenar nuestros días de actividades para evadirnos de estas emociones, no queramos aprovechar este tiempo “libre” para hacer muchas cosas. Porque no tenemos “tiempo libre”, tenemos carencias, quizás vacío. Y no nos sobra tiempo, nos falta, ya que necesitamos tiempo para situar la pérdida, para trabajar el duelo y encontrar las energías para ello. Es momento para escucharnos, para pensar en las pequeñas cosas, para disfrutar instantes, respetando el vacío, dando lugar a todas esas emociones, palabras y pensamientos que quieran salir.

Es ahora, más que nunca, que debemos recordar la fuerza que nos da  el amor para enfrentar situaciones dolorosas o difíciles. Estas situaciones nos sorprenden al igual que las emociones, pero cada dolor, cada ausencia, cada pérdida puede llenarse de amor, del Amor más grande…. ¡Y hagamos todo lo posible por transmitir a otros este amor!, reviviendo los momentos felices y trayendo  a la memoria y al corazón hermosas experiencias vividas. Así encontraremos la fuerza para afrontar estos tiempos con una mirada esperanzadora… “Alegría lo más que se pueda” es la frase de Santa Magdalena que me acompaña cada día  y que hoy cobra una significación especial.

En su libro El hombre en busca de sentido, el reconocido psiquiatra Viktor Frankl[2], quien sobrevivió tres años en varios campos de concentración nazi, se pregunta cómo pudo él- que todo lo había perdido, que había visto destruir todo lo que valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo al punto del exterminio-, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna de vivirla… y pudo lograrlo porque más allá de las circunstancias extremas, podemos descubrir  que aunque al hombre se le quiten todos sus derechos y oportunidades, siempre es libre de elegir la actitud con la cual quiere responder a lo que le está pasando.

En esta pandemia, todos estamos transitando una realidad extraña, diferente. Cada uno atraviesa sus  propios desafíos: la soledad o el “exceso de familia” en espacios pequeños, mucho trabajo o la falta de éste. Y estas circunstancias no las elegimos, pero nos desafían a intentar ser mejores.

No hay una receta, entonces hoy  procastinar, “dejar para mañana” no es un asunto de holgazanería, sino de manejar nuestras emociones. A veces estamos angustiados, tristes, enojados  y preferimos mirar una película, leer un libro o simplemente quedarnos acostados en lugar de hacer esa actividad que tenemos que hacer. Permitámonos ese tiempo, pero no nos dejemos llevar por el negativismo. Hay muchas cosas positivas que podemos vivir, esta pandemia nos está “regalando” el tiempo que siempre hemos reclamado para disfrutar con nuestros seres queridos o con nosotros mismos. Todo lo que habíamos dejado para hacer en otro momento, es ahora que podemos hacerlo, leer ese libro que siempre quisimos, jugar un juego de mesa con nuestros hijos, dormir hasta tarde, decorar la casa. Recuperar el diálogo y encontrar la alegría de brindarle paz y serenidad a los demás, transmitir palabras de aliento, escuchar y escucharnos a nosotros mismos y nunca olvidar que “Si hay alguien que nos puede ayudar a seguir con la frente en alto, es Dios. Aférrate a Él, en los días buenos y en los días malos. Háblale en todo momento, dile cómo te sientes, qué necesitas, qué te preocupa, Él siempre escucha.”[3]

La actitud positiva a veces nos cuesta y las emociones negativas nos invaden, recibámoslas, pero no dejemos que nos enceguezcan todo el día, todos los días; démosle el lugar, pero luego sacudámonos e intentemos, por más pequeña que pueda ser, elegir otra actitud. Porque de nosotros depende qué tipo de cuarentena queremos vivir. Elegir otra actitud, puede ser en gestos sencillos como sonreír un poco más al otro, cuidar el orden aún cuando nadie mira, o ser más agradecidos con los pequeños detalles de cariño. Pueden ser cosas aparentemente minúsculas, pero serán cosas reales. Los psicólogos le decimos “resiliencia” a esa capacidad humana de asumir situaciones límites con flexibilidad, sobreponerse a ellas y salir fortalecidos. Por eso te invito a que en el momento en que tu emoción negativa advenga, descubras que es solo un momento y que de tu actitud frente a ella va a depender el día.  Confiá en vos, en tu fe que te sostuvo siempre en esos momentos que pensaste “no doy más” y siempre pudiste.

[1] Miquel Bassols “ Indeterminación y certezas”, Crónicas XXI. Grama Ediciones

[2] Frankl Viktor E. creador de la “logoterapia”,  tercera escuela vienesa de psicoterapia.

[3] https://catholic-link.com/post-comunitario-un-dia-mas-de-cuarentena/