La historia de las Madres Herminia y  Celeste

Dos Canossianas mártires en misión

                Si no nos vemos más aquí en la tierra, nos veremos en el cielo”

 

Madre Herminia Cazzaniga, Archivo Canossiano

“Las últimas palabras de la Madre Herminia a las hermanas y amigas de Tokio parecen una profecía. Como mujer concreta y racional sabía muy bien que quedarse en Timor Leste para continuar sirviendo podía significar dar la propia vida. Consciente del peligro, decide quedarse. Con ella, más joven y un poco más temerosa, pero igualmente valiente y determinada, está la Hermana Celeste de Carvalho, quien encomienda sus jóvenes postulantes  a las Hermanas que estaban partiendo para Yakarta: “Lleven a las hermanas jóvenes, ellas tienen una vida por delante, nosotras quedamos aquí con el pueblo”.

Es  septiembre de 1999  cuando Timor es desgarrado por la violencia política, en la continua lucha para conquistar la libertad tan anhelada.

La vida en la nación es peligrosa, especialmente para los misioneros y los extranjeros que de a poco se están yendo. Podemos solo imaginar el pánico general, las huidas de los extranjeros para ponerse a salvo, la violencia, los gritos, los disparos, el sufrimiento de una población exterminada, pero nunca doblegada. La Hermana Herminia y la Hermana Celeste están con ellos, con la gente. Hasta el final. También el último día de sus vidas quieren terminar la misión: entregar comida y libros a una comunidad escondida en las colinas, después de esta misión son asesinadas. Descubramos juntas quiénes son estas dos grandes Madres que forman parte de la historia más impactante de las Canossianas.

 

Madre Celeste, Archivo Canossiano

 

La vida extraordinaria de la Madre Herminia

La Madre Herminia Cazzaniga nace en 1930 en la Provincia de Lecco (Italia). Es la segunda hija del Sacristán del pueblo, un hombre que, con su mujer,  transmite a los hijos el valor de la oración y del trabajo manual. Tiene una infancia simple, serena y alegre. A los dos años tiene una grave enfermedad que la lleva cerca de la muerte , pero se recupera y nunca más se enfermará. Era una mujer incansable siempre sonriente,   enérgica y concreta.

Desde su adolescencia siente el deseo de consagrarse al Señor. Comienza a trabajar en una fábrica textil donde, después de poco tiempo por su responsabilidad, es promovida. Dedica cada momento libre a la oración. Josefina Crippa la querida amiga y colega al mismo tiempo cuenta que cada mañana a las 6.00 se encontraban en la Misa y que Herminia se quedaba a rezar delante del altar de la Virgen, así que Josefina tenía siempre que llamarla con un “llegamos tarde”.

Entra con las Canossianas porque desea ser misionera. Se forma en Portugal donde aprende el idioma y luego parte para Timor. Su vida se entrelaza profundamente con la historia de Timor Leste, las luchas para la independencia, las violencias de los conquistadores, y durante la revolución de 1975, debe huir a Australia.

La vida misionera pide un sacrificio enorme: la lejanía de la familia.

 

La Madre Cazzaniga, antes de partir para Timor dijo a su confesor que el amor por la familia: “Puede ser una tentación y un obstáculo para mi vocación misionera” y, efectivamente, todas las veces que regresaba a Italia para la visita a la familia siempre la estaba esperando una persona menos: antes el padre, luego la madre y al fin la hermana.

Tenía muchos dones;  la capacidad de involucrar a los jóvenes en la vida carismática les enseñaba a cantar, con ellos iba a visitar a los enfermos, con ellos ayudaba a los pobres, maestra exigente  pero siempre justa y amable fue un ejemplo de vida Canossiana dedicada a los otros.

Madre Celeste, dulce hija de Timor

Con la Madre Herminia está la Hermana Celeste Pinto de Carvalho, timorense, crecida en una familia católica – el padre era catequista y agricultor, con grandes esfuerzos logró hacer estudiar a todos sus hijos. La muerte de su padre, hombre fuerte y bueno, que fue ajusticiado por falsas acusaciones, marcó para siempre a la joven Celeste. Después de su muerte todos los hermanos son confiados a las Hermanas Canossianas y es entonces que Celeste siente el llamado. Para su formación es enviada a Portugal. Un día la Madre Maestra – Hermana Luisa Guerrini, que siempre la recordó con amor, la invita a rezar delante del crucificado. Es allí donde la madre Celeste experimenta una luz particular.

Hace su profesión en Porto lejos de su casa pero ese momento tan lindo es turbado por la noticia de la muerte de dos de sus hermanos asesinados por los militares. Fue un golpe muy duro y solo la fe pudo sostenerla. Después de un breve período en Australia volvió a su País donde se dedicó a acompañar a las postulantes y es nombrada superiora: rol difícil en un país siempre en guerra.

En 1999, Cuando la situación política se hace difícil, su Obispo le ofrece la posibilidad de huir pero ella la rehúsa. Aunque tiene miedo, se queda – algunos testigos dicen que el día del asesinato tuvo un presentimiento y que hasta el último momento había tratado de convencer a la madre Herminia para que postergara algunos días, la misión.

Es mártir de su pueblo, ya marcado por una violencia que había golpeado ante todo a su familia.

 

La hora de la cruz

 Es el 25 de septiembre de 1999. En Baucau los caminos están controlados por las milicias armadas fieles a  Indonesia.

La población que recién ha votado por la independencia vive escondida y perseguida. Muchos pueblitos no tienen más comida, ni agua. Herminia y Celeste deciden llevar ayuda y consuelo a una comunidad aislada y exhausta por el hambre.

Parten junto al chofer, un seminarista, dos huérfanas y un periodista, desde Baucau hacia las colinas. Llevan comida: arroz, pan, fruta, pequeños objetos y algunos libros. Llegan sanas y salvas y logran entregar todo.

Después de haber rezado y llorado juntas dejan a la comunidad de noche, en la noche de Timor y en la grande oscuridad se encuentran con un grupo de milicianos.

Una de ellas es extranjera, las dos son religiosas, que permanecieron cuando todos huían. No tienen armas, solo un Rosario entre las manos. Pero no fue suficiente para salvarlas. Los milicianos las asesinan y no satisfechos tiran sus cuerpos en el río casi para cancelar su memoria, pero el agua no borra la sangre de los mártires: mártires, la lleva lejos, la mezcla con la tierra y la entrega a entrega a la historia.  Dos días después se encontaron cuerpos.

 


Las Hermanas rezan en el lugar donde las  Madres Herminia y Celeste han sido asesinadas (Archivo Canossiano)

 

UNA MEMORIA QUE PERMANECE

No obstante, hayan pasado muchos años,  la Madre Herminia y la Madre Celeste no deben ser olvidadas. Justo hoy  en que la guerra y la violencia están golpeando también a las puertas de muchas partes del mundo, su ejemplo de paz, amor y coraje debe ser un faro, una guía. Su martirio no fue una derrota sino una siembra. Como el grano de trigo que cae en la tierra,  su vida donada continúa llevando frutos: en las vocaciones timorenses, en las comunidades que rezan y recuerdan sus nombres, en la memoria de quienes han aprendido de ellas que la fe no se mide con las palabras sino con la capacidad de permanecer.

Es una heredad viva.

Madre Erminia y Madre Celeste no son dos grandes Madres Canossianas del pasado, son compañeras de viaje no solo para las Madres Canossianas, para la novicias, para los laicos de la Familia canossiana sino también para todos aquellos que creen en un mundo más justo sin invasores e invasión, sin esclavitud, un mundo donde las nuevas generaciones pueden experimentar la paz, el amor y la posibilidad de realizar sus sueños.

Madres Canossianas con la gente de Timor, foto del Archivo Canossiano