Letanías al Sagrado Corazón… una oración de corazón a Corazón
Escribe la Madre Elda Pollonara en “ Camino de Identificación con Cristo Crucificado” :
“Jesucristo, quiso morir como todo hombre y sólo después de haberle traspasado el corazón, alguien por todos los creyentes exclamó: “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios” (Mc. 15,39)
Las heridas de un hombre vivo son cicatrizables, pero las heridas de un cadáver no se cicatrizan más. Cristo ha querido ser apuñalado en el corazón después de su muerte, para que todos los hombres pudieran leer sensiblemente dentro de aquel Corazón, el amor del Padre invisible, inalcanzable, pero infinitamente amante y amable.”
Las letanías nos zambullen en el misterio vivo de Cristo que ama a la humanidad, a cada hombre en particular, que tiene deseos de ser correspondido en su amor (a través de la consagración) y que, debido a nuestro pecado plasmado en la herida de su Corazón, quiere ser reparado y recompensado en su amor herido, en su amor no correspondido por nosotros (a través del ejercicio de amor de la reparación).
Las letanías son alabanzas dirigidas a alguien vivo: a Cristo, de corazón palpitante, o a la Virgen, Madre gloriosa de corazón palpitante a la que fuimos confiados por su Hijo.
Son oraciones breves de súplica, de alabanza; invocaciones que han estado presente desde el Antiguo Testamento hasta nuestros días, ya sea en la liturgia o en la oración privada.
Las letanías al Corazón de Jesús son una forma de oración que se centra en el trato con la persona de Jesucristo en su centro más hondo: su corazón, se inspiran abundantemente en las fuentes bíblicas y, al mismo tiempo, reflejan las experiencias más profundas de los corazones humanos. Son, a la vez, oración de veneración y de diálogo auténtico.
Se trata de un diálogo entre el Corazón de Dios, que se ha abierto al hombre en la revelación, y el corazón del hombre que acoge esa intimidad ofrecida,y la alaba y agradece.
Aquí, Amado Señor, de mi corazón a tu Corazón, de nuestros corazones a tu Corazón…alabamos y agradecemos, recibimos y abrazamos tu Palabra, tu Amor, el Tesoro de tu Corazón…
Hablamos en ellas del corazón y, al mismo tiempo, dejamos a los corazones hablar con este único Corazón,que es “fuente de vida y de santidad”, que es “paciente y lleno de misericordia” y “generoso para todos los que le invocan”.
La centralidad de esta oración no sólo hace referencia a los «dos corazones» que se ponen en juego (el de Dios y el del hombre), sino que se focaliza en el núcleo de la fe cristiana: la persona de Cristo y su obra redentora y la respuesta a que se nos llama: «¿Tú quién dices que soy yo? ¿Qué he hecho por ti… qué harás por mí?
Aquí, Amado Señor, de tu Corazón a mi corazón, la humildad, la mansedumbre, la compasión, el servicio, la gratuidad…de tu Corazón a nuestros corazones…
Todas las letanías del Corazón de Jesús están enmarcadas con dos expresiones: «Corazón de Jesús» y «Ten misericordia de nosotros».
La invocación «Corazón de Jesús» nos impulsa confiada e insistentemente hacia la misericordia divina. La petición gravita en torno a la impotencia humana y al poder divino: sale del hombre y se dirige directamente a Dios.
Escribe Santa Magdalena: “Encontrarán un manantial de paz en el Corazón Santísimo de Jesús, del cual deriva todo bien”
Corazón amante y amable, recibimos tu Paz, recibimos todos tus bienes, nos quedamos en Vos, confiamos en Vos.
«Ten misericordia» es una llamada que, en el Antiguo Testamento, parte de lo profundo del corazón humano hacia el Corazón del Padre. La presencia de Cristo en la plenitud de los tiempos (Gál 2,22) reconduce esa invocación al Corazón amoroso del Hijo, Él mismo nos invitará a dirigirnos a su Corazón: «Vengan a mí… aprendan de mí que soy manso y humilde de Corazón»
«Ayúdanos», «pon tu mirada sobre nosotros», «ten misericordia de nosotros»: siempre invocamos el poder de quien es Señor y Maestro, Samaritano de la humanidad: «Él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal . También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza»
Escribe Santa Magdalena: “ruego al Señor que los reciba en la llaga de su purísimo Corazón y que les dé las luces que necesitan para amar como Él, allí dónde están”
Corazón amante y amable, ayúdanos…