En la descripción del Siervo sufriente reconocemos el Rostro y la actitud de Jesús “que no respira más que caridad”

Meditación

I

“El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo El Señor me abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas a los que me arrancaban mi barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban…” (Isaías 50,4 ss.)

Los Cánticos del Siervo de Yahvé que nos trae el Libro de Isaías, nos adentra más aún en la espiritualidad de esta semana. La Iglesia ha visto en este Siervo una anticipación profética de la figura de Jesús y representa un mesianismo opuesto al que el pueblo de Israel esperaba, un mesianismo triunfal al modo y modelo del rey David. La primera Lectura de este día nos introduce en la pasión de Jesús para que podamos entender que el triunfo del Mesías no pasa por el poder, ni el triunfalismo, sino que pasa por la entrega de su vida en la Cruz “Mi reino no es de este mundo”. (Jn. 18,36) “Yo no he venido para hacer mi voluntad sino la Voluntad del que me ha enviado.” (Jn. 6, 38)

Él es el auténtico Siervo que en la Última Cena dejó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura y echando agua en un recipiente, lavó los pies a los discípulos, quien llamará amigo al que lo entrega con un beso, y en la Cruz se despojará de todo menos de su Amor.

Una reflexión muy canossiana para quienes nos identificamos con el carisma de Sta. Magdalena. Porque de este misterio de dolor y de amor se nutrió su vida espiritual y la de los Institutos que ella misma fundó.

El Siervo de Yahvé nos remite a la marquesa Magdalena de Canossa, de Verona, quien siguiendo sus huellas, de noble se hizo Sierva. Seguramente, escuchando de la Palabra, y los Cánticos del Siervo sufriente, se sentió atraída de manera especial. En sus escritos vemos que el Espíritu la llevó a comprender místicamente que el Señor le regalaba un Carisma, que luego daría vida a una Familia religiosa. Escribía: “…este Instituto queriendo cumplir los dos preceptos de la Caridad, se ha propuesto la imitación de Jesús Crucificado”, escribirá a sus hijas (Ep. II /2 p. 1413)

II

“Cada mañana, Él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo…”
¡Cuántas mañanas al despertar hemos descubierto la gratuidad de Dios en el don de la vida!
Es el Espíritu el que va formando en nosotros el oído de discípulo.

¿Lo sé escuchar? ¿Lo he podido reconocer? Si aun no, pidamos este don al Señor: ¡Dame oído de discípulo!

III

Magdalena escuchó con corazón de discípula atenta y disponible, abierta a la novedad del Espíritu. Cuando tenía veintiún años, nos cuenta en sus Memorias, “…durante la Santa Misa en la que el sacerdote leía algunos pasos del libro de Tobías, sentí una moción interna y decidí dedicarme a las obras de caridad (…) Otra vez, rezando el Salmo Miserere llegada al versículo “Enseñaré a los errante tus caminos…”, me sentí movida a instruir al prójimo en la Doctrina cristiana… Cada vez, o casi, que escuchando la Misa oía el trozo del Evangelio “Id por todo el mundo” sin saber el motivo me sentía enternecer y llenar de consuelo… La misma cosa me ocurría escuchando aquellas Misas en las que se trataba de la Divina Gloria, hacia la cual después me sentí siempre muy atraída (…) Fueron palabras que se tradujeron en anuncio: “No hay acto de Caridad más grande que el de hacer conocer y amar a Jesús”; en servicio: “siendo siervas de los pobres les debemos nuestro cuidados y esfuerzos, delicadezas y nuestros pensamientos…”
Y justamente, en una Semana Santa, escuchó una Palabra que dio sentido e iluminó su vida: “Mira y haz según el Modelo que te fue mostrado en el monte” (Ex. 25,40). Este texto bíblico se transformó en el motor de su reflexión, de su contemplación, de su actividad… porque desde entonces, el Modelo: Cristo Crucificado, clavado hondamente en su corazón, empezó a dar frutos de santidad. Ya no vivía sino reflejándose en ese Modelo, buscando parecerse más y más, movida por sus mismos intereses, sus mismos gestos, su mismo proyecto…

En esta, nuestra Semana Santa, encontrémonos también nosotros con Sta. Magdalena, al pie de la Cruz, contemplando a Juan, a las mujeres, a María, al Amor Crucificado. Para escuchar con corazón nuevo la invitación de recibir el don de la CARIDAD HUMILDE de Jesús como un tesoro.
Y así, con renovada esperanza, vayamos en la mañana de la Resurrección a comunicar al hermano fatigado y desanimado el triunfo de la vida: La muerte ha sido vencida, vencida por el AMOR CARIDAD que es fuente de vida.